Post by BoricuasOnline on Aug 20, 2005 23:41:27 GMT -5
QUIEN SABE por qué, lo cierto es, que somos muchas. Para establecer relaciones románticas, que sean intensas en lo emocional, lo espiritual y lo físico, no estamos interesadas en los hombres. Y no es que tengamos nada en contra de ellos.
De hecho, contamos con ellos para la amistad, la colaboración y para relaciones de amor de formas variadas: son padres a quienes amamos con vehemencia, hermanos por quienes damos la cara cuando se necesita, amigos cuyo apoyo y afecto valoramos con profundidad.
Sin embargo, para involucrarnos de forma sentimental con ellos están descartados. Para eso, preferimos involucrarnos con otra mujer. Y en virtud de ello, somos lesbianas y debemos sobreponernos al hecho de que, despectivamente, nos llamen "buchas".
Con este epíteto tan "peculiar", nuestra salud mental se pone a prueba con regularidad y demuestra gran fortaleza. Al escucharlo, hasta aprendemos a reírnos de ello, y aceptamos el epíteto con una buena dosis de tolerancia y humor.
Y tal vez tengan razón, puesto que no podemos considerarnos muy femeninas, según el estándar establecido para el género. Que no nos gusta maquillarnos, es cierto. Que no nos gusta exhibir minifaldas (por la incomodidad de los zapatos que le hacen juego), también.
Que preferimos hacer a esperar a que alguien haga, no hay duda. Que somos firmes y dominantes, en ocasiones poderosas, y, quizás, tenemos un "look" que así lo grita a los cuatro vientos… Pues que así sea. No hay nada de malo en ello.
Entre los millones de habitantes de nuestra isla, convivimos, trabajamos, aportamos, nos desarrollamos y amamos, muchas, muchas buchas.
Algunas veces, lo que somos se puede descifrar con sólo echarnos un vistazo, pero otras no. También, en ocasiones actuamos como nuestra sociedad espera que actúen los varones. Lo cierto es que así se nos define por nuestra preferencia "emocional".
Por cierto, me niego a llamarle "sexual" a esa preferencia, puesto que la frase sugiere que sólo podríamos disfrutar de los placeres con una persona de nuestro propio sexo, cuando la realidad es que, cada cual goza con aquello que le excite, no importa quién o qué se lo provea o estimule.
De todos modos, felices tal cual somos, el reto de nuestra especie es cuán a menudo somos incomprendidas. Y me perdonarán aquellos que utilizan esa frase como gancho para justificar su tendencia a la infidelidad de pareja, pero es la que mejor describe esta situación.
En el seno familiar, nuestros padres –si nos aceptan—esperan que nos ocupemos del negocio familiar como lo haría el hijo varón. Nuestras madres –si no nos reniegan—quisieran que les remodeláramos la cocina como lo haría un handyman.
Nuestros hermanos y hermanas –si nos toleran—pretenden que nos ocupemos a tiempo completo de nuestros familiares de edad avanzada.
¿Habrá algo peor que eso?
Sí, y posiblemente es lo que más nos duele: cuando nuestras parejas no nos comprenden. ¿Por qué? Luego de discutirlo con cantidad de lesbianas (más o menos femeninas), muchas coinciden en amar a una bucha es poseer lo mejor de dos mundos. Somos pilares de fortaleza, solidaridad, arrojo y capacidad decisional.
Además, somos sensibles, tiernas, cariñosas y comprensivas. También somos complacientes en la cama, y en la casa, eficientes. No nos molesta colgar un cuadro o lavar un auto, como tampoco nos afecta enjuagar ropa interior o preparar un arroz con pollo.
Podemos controlar situaciones para que nuestras chicas se sientan seguras, y ser consideradas, para que se sientan apreciadas y libres. Entonces, suena ilógico decir que no nos entiendan, pero tengo mis razones para insistir.
Si las "nenas" son ellas, ¿por qué nos regalan blusas con florecitas rosadas? ¿Por qué quieren que desechemos el par de tenis? ¿Por qué insisten en que nos sentemos como una damita de sociedad? ¿Por qué prefieren que tengamos el cabello largo? Ah, ¡caramba! Es que seremos buchas, pero somos mujeres, no hombres. Vale. Y para aquellas de nosotras que genuinamente no tenemos el deseo secreto de haber nacido varones, eso es válido.
Más, entonces, si nosotras también somos "nenas", ¿por qué imaginan que siempre pagaremos la cuenta? ¿Por qué se desconciertan cuando lloramos? ¿Por qué pretenden que siempre iniciemos la sesión del placer? ¿Por qué lucen atónitas cuando expresamos inseguridad o necesidad de ternura?
Hace poco escuché decir que las relaciones entre mujeres son políticamente correctas. Acepto que, al escuchar el comentario, me pareció un tanto falto de tacto. Más tarde, admito que me pareció ideal.
En las relaciones heterosexuales típicas, los roles se definen por nuestra sociedad: cada parte involucrada parece cancelar una infinidad de conductas y emociones que son naturalmente humanas y no exclusivas de un género o del otro. Llorar, por ejemplo, es una necesidad de cualquier persona, no importa si es varón o hembra. El tiempo igual para el placer es otro caso: es un deseo de cualquiera, no importa lo que disfrute.
En las relaciones típicas hombre-mujer, ellas lloran y ellos llegan al clímax; presumiblemente, ellos no lloran y ellas se quedan con las ganas. ¿Que en las relaciones lesbianas, todas lloremos y todas queramos fumar después del amor? Me parece sencillamente fenomenal.
A fin de cuentas, más que mujeres o buchas, somos seres humanos. Existimos con muchas características propias de la construcción social que se esperan tanto para hombres como para mujeres.
Los seres queridos que nos aceptan, por su heterosexualidad o sus prejuicios, tienen dificultad para encajonarnos en algún marco que les resulte lógico o manejable. Nuestras mujeres también vacilan en la comprensión. Pero cada una de nosotras es única. Lo que se necesita es que nos presten atención y aprendan a conocernos. Y es probable que se fijaran en nosotras porque tenemos mucho en común (en fin somos mujeres) y por la deliciosa mezcla de rasgos que nos caracterizan.
De hecho, contamos con ellos para la amistad, la colaboración y para relaciones de amor de formas variadas: son padres a quienes amamos con vehemencia, hermanos por quienes damos la cara cuando se necesita, amigos cuyo apoyo y afecto valoramos con profundidad.
Sin embargo, para involucrarnos de forma sentimental con ellos están descartados. Para eso, preferimos involucrarnos con otra mujer. Y en virtud de ello, somos lesbianas y debemos sobreponernos al hecho de que, despectivamente, nos llamen "buchas".
Con este epíteto tan "peculiar", nuestra salud mental se pone a prueba con regularidad y demuestra gran fortaleza. Al escucharlo, hasta aprendemos a reírnos de ello, y aceptamos el epíteto con una buena dosis de tolerancia y humor.
Y tal vez tengan razón, puesto que no podemos considerarnos muy femeninas, según el estándar establecido para el género. Que no nos gusta maquillarnos, es cierto. Que no nos gusta exhibir minifaldas (por la incomodidad de los zapatos que le hacen juego), también.
Que preferimos hacer a esperar a que alguien haga, no hay duda. Que somos firmes y dominantes, en ocasiones poderosas, y, quizás, tenemos un "look" que así lo grita a los cuatro vientos… Pues que así sea. No hay nada de malo en ello.
Entre los millones de habitantes de nuestra isla, convivimos, trabajamos, aportamos, nos desarrollamos y amamos, muchas, muchas buchas.
Algunas veces, lo que somos se puede descifrar con sólo echarnos un vistazo, pero otras no. También, en ocasiones actuamos como nuestra sociedad espera que actúen los varones. Lo cierto es que así se nos define por nuestra preferencia "emocional".
Por cierto, me niego a llamarle "sexual" a esa preferencia, puesto que la frase sugiere que sólo podríamos disfrutar de los placeres con una persona de nuestro propio sexo, cuando la realidad es que, cada cual goza con aquello que le excite, no importa quién o qué se lo provea o estimule.
De todos modos, felices tal cual somos, el reto de nuestra especie es cuán a menudo somos incomprendidas. Y me perdonarán aquellos que utilizan esa frase como gancho para justificar su tendencia a la infidelidad de pareja, pero es la que mejor describe esta situación.
En el seno familiar, nuestros padres –si nos aceptan—esperan que nos ocupemos del negocio familiar como lo haría el hijo varón. Nuestras madres –si no nos reniegan—quisieran que les remodeláramos la cocina como lo haría un handyman.
Nuestros hermanos y hermanas –si nos toleran—pretenden que nos ocupemos a tiempo completo de nuestros familiares de edad avanzada.
¿Habrá algo peor que eso?
Sí, y posiblemente es lo que más nos duele: cuando nuestras parejas no nos comprenden. ¿Por qué? Luego de discutirlo con cantidad de lesbianas (más o menos femeninas), muchas coinciden en amar a una bucha es poseer lo mejor de dos mundos. Somos pilares de fortaleza, solidaridad, arrojo y capacidad decisional.
Además, somos sensibles, tiernas, cariñosas y comprensivas. También somos complacientes en la cama, y en la casa, eficientes. No nos molesta colgar un cuadro o lavar un auto, como tampoco nos afecta enjuagar ropa interior o preparar un arroz con pollo.
Podemos controlar situaciones para que nuestras chicas se sientan seguras, y ser consideradas, para que se sientan apreciadas y libres. Entonces, suena ilógico decir que no nos entiendan, pero tengo mis razones para insistir.
Si las "nenas" son ellas, ¿por qué nos regalan blusas con florecitas rosadas? ¿Por qué quieren que desechemos el par de tenis? ¿Por qué insisten en que nos sentemos como una damita de sociedad? ¿Por qué prefieren que tengamos el cabello largo? Ah, ¡caramba! Es que seremos buchas, pero somos mujeres, no hombres. Vale. Y para aquellas de nosotras que genuinamente no tenemos el deseo secreto de haber nacido varones, eso es válido.
Más, entonces, si nosotras también somos "nenas", ¿por qué imaginan que siempre pagaremos la cuenta? ¿Por qué se desconciertan cuando lloramos? ¿Por qué pretenden que siempre iniciemos la sesión del placer? ¿Por qué lucen atónitas cuando expresamos inseguridad o necesidad de ternura?
Hace poco escuché decir que las relaciones entre mujeres son políticamente correctas. Acepto que, al escuchar el comentario, me pareció un tanto falto de tacto. Más tarde, admito que me pareció ideal.
En las relaciones heterosexuales típicas, los roles se definen por nuestra sociedad: cada parte involucrada parece cancelar una infinidad de conductas y emociones que son naturalmente humanas y no exclusivas de un género o del otro. Llorar, por ejemplo, es una necesidad de cualquier persona, no importa si es varón o hembra. El tiempo igual para el placer es otro caso: es un deseo de cualquiera, no importa lo que disfrute.
En las relaciones típicas hombre-mujer, ellas lloran y ellos llegan al clímax; presumiblemente, ellos no lloran y ellas se quedan con las ganas. ¿Que en las relaciones lesbianas, todas lloremos y todas queramos fumar después del amor? Me parece sencillamente fenomenal.
A fin de cuentas, más que mujeres o buchas, somos seres humanos. Existimos con muchas características propias de la construcción social que se esperan tanto para hombres como para mujeres.
Los seres queridos que nos aceptan, por su heterosexualidad o sus prejuicios, tienen dificultad para encajonarnos en algún marco que les resulte lógico o manejable. Nuestras mujeres también vacilan en la comprensión. Pero cada una de nosotras es única. Lo que se necesita es que nos presten atención y aprendan a conocernos. Y es probable que se fijaran en nosotras porque tenemos mucho en común (en fin somos mujeres) y por la deliciosa mezcla de rasgos que nos caracterizan.