Post by Boricuas Online on Jul 2, 2005 23:38:38 GMT -5
Salir o no salir del clóset... la gran pregunta
Les confieso que es ahora, a mis 43 años, que de verdad comprendo lo que significa salir del famoso armario. Cada vez que alguien me preguntaba si había sufrido cuando decidí estar con una mujer, siempre contestaba que no, que para nada, que todo había fluido normalmente y que no me afectaba lo que la gente decía.
Luego de dos relaciones y media (lo de media es por lo corta que fue), me tropecé con una mujer que, aunque la veía con bastante regularidad por mi trabajo, jamás la había mirado con otros ojos. Y ésa fue la que movió todo lo que yo creía que estaba en su sitio: por primera vez lloré pidiéndole a Dios que me cambiara, exigiéndole que me contestara por qué me había hecho diferente, y por qué tenía que ser tan doloroso si estaba amando a otro ser humano.
Tal vez rompí una regla que, al parecer, todos sabían menos yo: meterme con una mujer heterosexual. Soy de las que creen que, a la hora de amar, no preguntas si eres o no lesbiana para entonces decidir si te lanzas o no al precipicio, pero la verdad es que no sólo me lancé, me di y bien duro. Es doloroso escuchar de la mujer que amas frases como "eres lo mejor que ha pasado por mi vida", "con ningún hombre me he sentido tan mujer como contigo", "vibro, tiemblo y me haces perder el control... pero no puede ser, porque eres mujer y soy muy cobarde para enfrentarme a mis hijos y a la sociedad".
Enmudecí cuando me aseguró que se sentía en paz a mi lado, pero que no era capaz de enfrentar el rechazo. Era preferible, según ella, sobrevivir en vez de vivir, y además aseguraba que la felicidad no siempre era completa. Frases como éstas retumban constantemente en mi cabeza y en mi corazón.
Parece mentira, pero los seres humanos nos manejamos mejor entre el sufrimiento, la agonía y el dolor, y la mayoría dice "no" al amor por cobardía. Si en la intimidad nos sentimos plenos y vibrantes, ¿por qué optamos por vivir según las reglas que no sé quién impuso? ¿Quién puede determinar nuestra felicidad? ¿Por qué quedarnos en el mismo sitio si seguramente hay otro lugar mucho mejor? ¿Por qué no ir más lejos y cruzar el mar, por qué no aventurarnos y dejar el mundo conocido? ¿Quién nos asegura que el mejor mantecado es el de vainilla, si hay treinta y un ricos sabores para probar?
Hace un tiempo leí un artículo que hablaba sobre el cambio. Más o menos daba consejos sobre cómo lograrlo en nuestras vidas con unos sencillos movimientos. Por ejemplo, al sentarte a la mesa para comer puedes cambiar de sitio, o dejarte el cabello suelto si siempre te lo recoges. También decía que aprovecharas el tapón para voltear la cabeza y fijarte en la persona que va a tu lado, cambiar tu hora de almuerzo, quitarte los zapatos cuando llegas o, si prefieres quitártelos, quedarte con ellos. Igual recomendaba que escucharas rap en vez de jazz, acostarte tarde en vez de temprano o ir al cine de noche si gustas ir por el día. Aunque puede parecer tonto, este ejercicio nos permite trabajar con los apegos naturales del ser humano y, de paso, entender que la vida es dinámica.
Es posible que piensen que todo esto no que les comparto no tiene nada que ver con quedarse o salir del armario. Pero sí, tiene mucho que ver. Si partiéramos de la certeza de que los seres humanos no somos eternos, ¿cómo viviríamos? ¿Pensaríamos en el qué dirán? ¿Viviríamos según las reglas de otros? Honestamente, estoy segura que siempre optaríamos por LA VIDA. Y al escoger la vida, tal como es y no como quieren los demás, volvería a ser lesbiana. Y correría a decirle TE AMO a esa mujer que me sacó de mi zona cómoda, aunque me duela saber que ella prefiere el mantecado de vainilla.
Les confieso que es ahora, a mis 43 años, que de verdad comprendo lo que significa salir del famoso armario. Cada vez que alguien me preguntaba si había sufrido cuando decidí estar con una mujer, siempre contestaba que no, que para nada, que todo había fluido normalmente y que no me afectaba lo que la gente decía.
Luego de dos relaciones y media (lo de media es por lo corta que fue), me tropecé con una mujer que, aunque la veía con bastante regularidad por mi trabajo, jamás la había mirado con otros ojos. Y ésa fue la que movió todo lo que yo creía que estaba en su sitio: por primera vez lloré pidiéndole a Dios que me cambiara, exigiéndole que me contestara por qué me había hecho diferente, y por qué tenía que ser tan doloroso si estaba amando a otro ser humano.
Tal vez rompí una regla que, al parecer, todos sabían menos yo: meterme con una mujer heterosexual. Soy de las que creen que, a la hora de amar, no preguntas si eres o no lesbiana para entonces decidir si te lanzas o no al precipicio, pero la verdad es que no sólo me lancé, me di y bien duro. Es doloroso escuchar de la mujer que amas frases como "eres lo mejor que ha pasado por mi vida", "con ningún hombre me he sentido tan mujer como contigo", "vibro, tiemblo y me haces perder el control... pero no puede ser, porque eres mujer y soy muy cobarde para enfrentarme a mis hijos y a la sociedad".
Enmudecí cuando me aseguró que se sentía en paz a mi lado, pero que no era capaz de enfrentar el rechazo. Era preferible, según ella, sobrevivir en vez de vivir, y además aseguraba que la felicidad no siempre era completa. Frases como éstas retumban constantemente en mi cabeza y en mi corazón.
Parece mentira, pero los seres humanos nos manejamos mejor entre el sufrimiento, la agonía y el dolor, y la mayoría dice "no" al amor por cobardía. Si en la intimidad nos sentimos plenos y vibrantes, ¿por qué optamos por vivir según las reglas que no sé quién impuso? ¿Quién puede determinar nuestra felicidad? ¿Por qué quedarnos en el mismo sitio si seguramente hay otro lugar mucho mejor? ¿Por qué no ir más lejos y cruzar el mar, por qué no aventurarnos y dejar el mundo conocido? ¿Quién nos asegura que el mejor mantecado es el de vainilla, si hay treinta y un ricos sabores para probar?
Hace un tiempo leí un artículo que hablaba sobre el cambio. Más o menos daba consejos sobre cómo lograrlo en nuestras vidas con unos sencillos movimientos. Por ejemplo, al sentarte a la mesa para comer puedes cambiar de sitio, o dejarte el cabello suelto si siempre te lo recoges. También decía que aprovecharas el tapón para voltear la cabeza y fijarte en la persona que va a tu lado, cambiar tu hora de almuerzo, quitarte los zapatos cuando llegas o, si prefieres quitártelos, quedarte con ellos. Igual recomendaba que escucharas rap en vez de jazz, acostarte tarde en vez de temprano o ir al cine de noche si gustas ir por el día. Aunque puede parecer tonto, este ejercicio nos permite trabajar con los apegos naturales del ser humano y, de paso, entender que la vida es dinámica.
Es posible que piensen que todo esto no que les comparto no tiene nada que ver con quedarse o salir del armario. Pero sí, tiene mucho que ver. Si partiéramos de la certeza de que los seres humanos no somos eternos, ¿cómo viviríamos? ¿Pensaríamos en el qué dirán? ¿Viviríamos según las reglas de otros? Honestamente, estoy segura que siempre optaríamos por LA VIDA. Y al escoger la vida, tal como es y no como quieren los demás, volvería a ser lesbiana. Y correría a decirle TE AMO a esa mujer que me sacó de mi zona cómoda, aunque me duela saber que ella prefiere el mantecado de vainilla.